Me cansé sin darme cuenta. La luz alegre que al principio acogí, fue cambiando y parecía apagarse. A veces el suceder agota y envuelve la vida con sus momentos, donde segundo a segundo se buscan instantes para llenarlos.
¿Por qué intervengo? Si hablo quisiera adornar el silencio, pero en sí acoge tal serena belleza, que me da miedo irrumpir en su sueño y desvelando con insignificancias su alma, romperla en mil pedazos. ¿Acallo entonces mi clamor ocultando mi pensar? Me ahogaré, seguro.
Dicen que se escribe mejor cuando tienes el alma rebosante de felicidad, optimismo, ilusión; también abundan las palabras en el folio cuando el corazón está encogido, dolorido, agrietado... En ocasiones se escribe porque no se puede hablar, no se consigue gritar y se alzan dentro de ti las ideas, los pensamientos, las imágenes, que con ímpetu alocado desean aflorar. Los discursos van y vienen con celeridad y es entonces cuando la paz se esconde tapándose los oídos para no volverse loca.
Me pregunto si hay que esperar esos momentos para abrir las puertas y que las frases se entrelacen en el papel con la sinfonía de la prosa y de la poesía a la vez… Quizás los pensamientos no parecen listos para escribirlos hasta esos períodos extremos, por lo que es tardío su trazo.
Las buenas intenciones nunca desaparecen y es un alivio encontrarlas siempre ahí, pase lo que pase. Son esa brisa fresca, continua, que no cesa de rodearme. Oigo su peculiar silbido que balanceándose en derredor, abraza llenando de contento, decisión y una enorme serenidad todo lo que soy, provocando de lo más profundo la exhalación de un suspiro que me renueva.
¡Qué cosas pasan en la vida!, que seres tan perfectos somos, que maravilloso aliento sostiene nuestra existencia.
Pero me cansé sin darme cuenta. Aún así ¿seguiré aliada con el silencio, aunque me rompa por dentro?
Mirar, escuchar, callar.