La pluma quiere escribir, pero afloran tal
cantidad de imágenes, sonidos y añoranzas, que desearía sellarlos con el lacre
de aquellos instantes existidos repletos de alegría, algún que otro dolor,
trabajo intenso, un sinfín de risas y llantos, juegos, paz… Un sello acicalado de
múltiples colores y texturas que, avivado con la llama de lo frecuente, se fundiera
de manera despeinada, bosquejando la maravillosa imagen de la vida.
La tinta pizpireta tiene envidia de la
sangre que aviva el ser, y se pasea investigando con interés el corazón. Allí,
realizando innumerables danzas, adorna con sus agiles pliegues los rincones más
oscuros, aflorando en ellos una savia renovada, que acompaña al recuerdo con la
alegría sincera de lo vivido.
Bañada en delicada luz persevera nuestra
existencia, con una claridad que alberga quizás un adormilado entusiasmo pasado.
Esa luminaria impide asomar la desazón, que brusca y peligrosa, quiere hallar el
espíritu. Solo la tristeza proporcionaría una catástrofe ingente, por eso no
hay que dejar que la melancolía impregne nuestro ser.
La causa de la alegría, es esa gema escondida que luce y lucirá
siempre. Dorada por el sol que la irisa,
su resplandor hace que emerjan de ella incontables rayos espléndidos que a todo
ser llega. Es entonces cuando el alma rendida quiere darse a conocer, y
luciendo sus mejores galas aparece optimista, esperanzada, alegre… ¿Creías dulce
amor que ya no lograrías amar más?
¡Qué dicha el soñar llenar tu puerta argentada
de infinitos besos para que nunca te falten, y que gusto despertar anhelando en
secreto todas tus miradas, que escondidas, miman con el calor de la confianza y
del cariño!
La pluma quiere escribir, y el corazón conmovido
corteja a la razón para que, encaramada en su torre, escuche su tonada enamorada.
Lacrado y sellado.