sábado, 12 de septiembre de 2015

RAILES Y TRAVESAÑOS

Un fuerte y continuo ruido me despertó de madrugada. El agua golpeaba con energía los cristales y refrescaba el ambiente de la noche.

Abrigándome del frío escuché como un susurro: "Por favor, no huyas de este ahora, recuerda esos momentos en los que te escapabas haciéndote una misma cosa con el viento… Es ese mismo soplo el que hoy vuelve, y te llama".

Mi pensamiento recordando, se fue a aquel entonces, en el que subías hacia el nubarrón dejando una estela de índigo vivo, y tus pinceladas adornaban el trono del Cielo. Te miraba mientras descendías al escabel, y me parecía que los propios Ángeles te acompañaban… ¡Cuánto disfrutábamos! ¡Qué días aquellos! Recuerdo infinidad de cosas, como si hubieran ocurrido hace solo unos instantes.

Ahora miro con cariño esos raíles que, apoyados en los travesaños y sujetos fuertemente a la tierra, soportaban amablemente aquella locomotora vieja pero simpática. A ella, enganchaban unos vagones señoriales, fuentes de nuestra alegría, pues nos llevaban a soñar con lugares inexplorados, lejanos, llenos de secretos que desvelar.

Éramos niños, y la imaginación nos invitaba a volar, a vivir miles de aventuras maravillosas que convertíamos en realidad en un santiamén.

¡Qué habrá sido de ese tren!... A lo mejor descansa en un museo importante; ¿acaso lo emplearían como chatarra? ¡Oh, no!. A lo peor está olvidado y oxidado en una cochera vieja y lejana… ¿Y todas nuestras aventuras?, ¿dónde se quedaron? Cada una de ellas vivía impregnada en las estancias de ese ferrocarril, y ahora, ¿seguirán viviendo allí?, ¿habrán permanecido sus perfumes?

Cierro los ojos y veo sus remaches dorados, además de aquella pincelada granate, que con magnífica perfección, cercaba cada puerta de esos espléndidos compartimentos, en los que encontrábamos confort y abrigo. En ellos vivíamos nuestras batallas, descubrimientos, y un sinfín de historias…, todas ellas distintas y fascinantes.

Repentinamente dejé de oír la lluvia, y el sueño poco a poco volvía a abrazarme acurrucándome suavemente entre sus brazos. Sin embargo, aún me dio tiempo a recordarte, y abandonándome en Morfeo, no quería dejar de escuchar el sonido de aquella vieja y acogedora locomotora, en la que tu y yo soñábamos conquistar el mundo, ese mundo que hoy de nuevo te entrego a ti.


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