Me
cuesta respirar, y la calma entrecortada traspasa lo que soy haciéndome vapor,
dejando en el lar de aquel aire que escapa en cada suspirar, un vacío enorme que
mi pecho no vuelve a recuperar. Me duele esa huída, porque se lleva en su bocanada parte de mi fuerza, de mi vigor... más aún, me arrebata a mí misma.
Sí,
lo acepto. Sí, aunque lo sombrío vuelva a recubrir con su manto opaco lo
agradable, lo bello, lo bueno. Sí, aunque repugne la pena y la inquietud a la
que da existencia. Sí, un sí de toda mi alma. Pero no quisiera soportarlo, sino
estrecharlo con todo mi ser, como si me convirtiera enteramente en un par de brazos que, acogiendo dan calor, ánimo, seguridad, consuelo, comprensión, amor…
Qué
difícil es esto, pues no son perlas, ni alhajas preciosas; tampoco guirnaldas de flores
que, dibujando corazones, están dispuestas y resueltas a colgarse en todos los
cuellos que encuentren. Nunca fueron mariposas que se enredan entre colores
imposibles de pincelar; y jamás se parecieron a aquella sonrisa abierta, que
antaño invitaba a seguirla con la confianza de la vida fácil y despreocupada.
¿Qué
quieres de mí? ¿Lo estoy haciendo bien?...
Recapacitando en esto, me doy cuenta
que soy capaz de hacer las nadas, y dejarte a ti emprender los todos… Aquellos
todos, que todo abarca.
¡Respira!…
y consuela con tu resuello al mismo viento que te rodea, que se descubre triste
porque nadie le mece. Respira, y exhala tu interior para que, uniéndose con el vigoroso
aliento, den cabida a un pequeño tornado que arrase con todo lo que desune.
Respira, y sigue respirando mientras, consciente de la maravillosa vida que te
rodea, vuelves a perfumar con tu poco, algo de la nada que aún hay en la tierra.
Respira
tu propio aliento, inúndate del aire que rebosa la verdad, pues ésta, junto con la
sonrisa de la libertad, te llevarán a darte un respiro para continuar
respirando, porque mientras así lo hagas, tendrás ánimo, vivirás…
El
cítrico reflejo que diviso desde aquí me ha invadido con su luz, y dos ramas de
altos álamos que asoman en la entrada, parecen fijarse en mí. Frotando sus
hojas contra el muro, por el aire reinante, murmullan: “Abarca todo lo que
puedas con tus brazos”.
Por
un momento hubo silencio. No apreciaba la vida de mi corazón, pues sus
latidos no me reanimaban… Entonces cerré los ojos. Enseguida vino a mi mente la playa que descalza pisé hace apenas unos días antes. Esa arena me perseguía
levantándose en cada una de las pisadas que daba. En esos paseos respiraba, me
henchía de esa brisa fresca marina que me regalaba el océano, y que consciente de
su valor, inhalaba profundamente queriendo guardarla para siempre, y así ser
renovada por dentro.
¿Para
qué quiero tanto aire bueno? Para llenarme y abrazarte todo lo que pueda, y así
refugiarte, tal y como me aconsejaron aquellos chopos bailarines.
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