Alguna
vez he pensado que lo primero que Dios ideó fue la música, esa maravillosa
caricia amorosa que nos envuelve en Él. Escuchándola, imagino como creó todas
las cosas, y percibo su obra. Me encandila, y al contemplarla asombrada,
advierto un rocío fragante.
Me
entretengo pensando, cómo cada querer suyo se iba haciendo realidad, acompañado
de una gran sinfonía bellísima, llena de Amor. No puedo evitar conmoverme…
¿Cómo sería la mayor y más espléndida composición, con la que dio hálito a todo
lo que es? Mejor dicho, ¿cómo será?, porque la melodía sigue abrazando el
universo, y todo lo que en él contiene… Sucederá un día, en el que todos
podamos disfrutar de la harmonía con la que Dios nos hizo y nos mantiene, pues
como dicen los entendidos, “hemos nacido para no morir ya nunca”.
Ese trazo
fino, delicado, envolvente; se deslizaba entre los pensamientos de este Padre
que es ternura. Estoy convencida que le gustó tanto ésta su primera creación,
que no pudo amar más y mejor, y se puso a pintar, ideando los colores al compás
de los ritmos, dando así vida a toda su imaginación eterna…
Entonces
empezó a aparecer lo tangible…
El
firmamento bailaba en el equilibrio de las notas, y de él eran separadas las
aguas que, deslizándose elegantemente, perseguían hechizadas los pentagramas
que las guiaban. Aparecieron los mares y la tierra; y la composición del gran
Maestro, hizo brotar hierba, plantas, árboles llenos de savia que nacían con
cadencia.
El sol
arpegiaba el cielo para el día; mientras que la luna y las estrellas, aprendían
una nana para acunar la noche.
La
musicalidad acompañaba a las aves que nacieron de Su sonrisa. Los peces y
criaturas marinas, delineaban en las aguas miles de notas; y un sinfín de
alegres acordes agradecían Su mirada.
Como si
de un gran concierto se tratase, fueron apareciendo animales en el planeta
azul, todos ellos distintos.
Súbitamente,
tras un silencio filarmónico, compusiste tu mejor melodía, la más bella hasta
ese momento: me pensaste, me miraste, me quisiste…, y tu resuello me dio
vida.
Muchísimas
gracias por Tu extraordinaria partitura, toda ella cuajada de savia… Gracias
por esta sinfonía eterna y amorosa que nos mantiene en Ti.