Carpetas apoyadas a los pies de las
sillas, y mochilas abiertas donde florecen libros, folios, estuches…
Repletas están las mesas de estudiantes
de diversas edades, que deciden apoyar aquella iniciativa. Se advierte que no
apartan la vista de sus apuntes, y aunque a veces sienten cansancio, con
naturalidad fresca y desenfadada, se acarician el cabello, o mueven con rapidez
y energía el pie, descansando un momento de la rigidez de sus posturas.
Repentinamente, unos toques en la puerta
indican el fin de la serenidad. El barullo hace su aparición, y toda aquella
quietud degustada durante algunas horas, se transforma en lío, desorden
metódico, risas chillonas, y una infinidad de frases joviales entonadas con
enérgicas voces… Todos los escolares quieren cooperar con el esfuerzo de
su estudio, para aquel proyecto que será posible en ese Continente.
Es entonces, que entre esa algarada la imaginación vuela, y como si de un mágico cofre secreto se tratara, la
cerradura del tiempo y del espacio se abre de forma misteriosa, apareciendo una
imagen nítida, encantadora. Aunque hay oscuridades, no estremece; aún cuando la
sequía le invade, su perfume se percibe exótico y agridulce… ¡Algo insólito en
verdad!.
Se descubren los ojos de aquellos
chiquillos con cabellos acaracolados, clavándose en algunas miradas ufanas que no entienden. Esos preciosos luceros alegres, entristecidos a la vez, se desconciertan por sus
destinos. No suelen encontrar a alguien que les consuele y abrace. Ahí
está nuestra acogida, que en ocasiones, dejando mucho que desear, les recibe
con un horizonte raquítico y mezquino…
Aguzando los oídos, se pueden escuchar
muy bajito, los tenues lamentos de sus corazones: “Nadie apuesta por
nosotros, pues el manto vale más”. ¡Qué frase más dura!... Debería hincar
en todos su vértice para despertar el oleaje de nuestros corazones. Ese
pinchazo enérgico, agitaría la espuma espesa que poseen las almas, estallando
el frenesí de la atención. Pero ni al norte, ni al este, y tampoco al
oeste les remueve esta oleada encarnada, y así, abrigando una quietud
extraordinaria, arriban en otros puertos.
¿Acaso la tierra está enfundada en un
chubasquero al que todo le resbala?
Vidas cercadas de selvas, bañadas en
rocíos de impenetrables sinfonías afónicas…, pero a la vez, sonrisas
ilusionadas, que si bien encarnan un paraíso olvidado en la vida de los otros, pronto
rebrotarán fuertes, bruñidas, preciosas.
Sobre las mesas conviven libros,
estuches, pinturas, compases… Un maravilloso lío armónico que entrelaza la
ilusión, el esfuerzo, el juego, y un millón de cosas variopintas que simpatizan
con esas edades. Concurre la tranquilidad…, y los problemas en nuestro entorno,
son otros. Pero ahora están aquí, dando todo por ellos.
Rapunzel observa todo desde la atalaya,
y su espléndida trenza rodeada de colores múltiples, se despeina para acunarse
flotando en una melodía que atraviesa los delicados aromas tropicales. Con su
mirada, colma la sala de brotes nuevos de solidaridad; y alienta a los
visitantes diciendo: ¿Te animas a echar una mano?
Las carpetas se recogen, y saliendo con
gran camaradería se despiden hasta mañana. Queda el perfume de esos trabajos
brindados a unas miradas que sin vernos, nos ven.