jueves, 12 de noviembre de 2015

CERRARÉ EL CAJÓN

Esta vez no sé qué escribir. De nuevo las palabras se han escapado, y escondidas en los pliegues de mi ser, no se dejan ver. Quizás les dé vergüenza salir; a lo mejor no están seguras de sí mismas; es posible que tramen una sublevación, y enredadas unas con otras, mezcladas sin armonía, logren inventar frases que desconoce el universo… ¡Qué importa!, las encontraré. Me pondré a buscarlas ahora mismo.
¿Dónde estáis? ¿No sabéis que sois parte de mí?, ¿Es que no os dais cuenta que os necesito, que sin vosotras no tengo llanto?, ¿Que si no os trazo, se ahoga mi corazón? ¿Que mi alegría no es dicha, si no puedo compartirla con y por vosotras? No creo que queráis despedirme desapareciendo de mí... Venid, regresad.

Descuidadas están aquellas cortinas que, avivadas con bellos encajes, dan calor a un hogar que parecía olvidado. De entre ellas, sonrientes y pícaros, entran unos rayos de sol traviesos que buscan chapotear en la tapicería carmín del sillón. Aquellas chispas doradas, descansaban alegres mezclándose con el tejido que las recibía pleno de interés y sorpresa.

Allí fueron los ojos que miraban sin ver, aquellos que descansaban su poquedad en ese momento y lugar, pues no sabían muy bien dónde posarse. La respiración vivía lenta y fugaz; la vista descansada traspasaba la realidad, abanicando con su pausado parpadeo todo aquello que no se puede comprender. La atención, determinada en el amor que sentía, no deseaba irse de ese instante, pues le advertía en esa luz bruñida, le percibía en el albor, y amándole, florecía. La melodía siempre está ahí, guardando, viviendo, conversando…

¡Oh, palabras, salid de vuestro escondrijo! ¿No advertís cuanto os necesito? ¿Qué haré sin vosotras? Mi deseo de desear a veces me abandona, y ¿cómo contarlo?, ¿de qué modo amaré sin tus párrafos? ¿Cómo viviré sin tus frases? ¿Me ayudarás mañana a entonar la alegría de mi amanecer?

Acaracolando mi interior, quisiera acurrucarme junto a Ti. Siempre termino en tus brazos y, ¡dónde mejor!. ¿Sabes? Mis palabras se fueron, no las encontré…, llevo tiempo buscándolas, y no consigo que la riqueza de su compañía, su ánimo y seguridad, me acompañen continuamente. Las prisas me pueden, la gravedad de la vida no me deja tranquila, el vaivén diario me persigue…

Te busco querida serenidad; anhelo tu quietud y tu dicha. Sé que te encontraré, y entonces, cerraré enseguida el cajón para que no vuelvas a escaparte.

Esta vez no sé qué escribir.

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