viernes, 24 de marzo de 2017

NARANJITA

¿Qué podría contaros hoy?, estos últimos días del curso escolar son de cambios. Están a punto de terminar las clases, y los nervios viven a flor de piel gracias a los exámenes finales; también profesores y alumnos necesitan ya un respiro. En ocasiones se aprecia el correr de los padres que no llegan a recoger a los peques por el nuevo horario de media jornada, y en el aire se despierta el olor a verano. El peso del curso se nota, y quizás por este motivo me cueste más “soñar despierta”. 

Desde aquí, se me van los ojos al pequeño trocito de cielo que asoma entre los edificios del otro lado de la carretera, y  es así como empiezo a imaginar…

Ring, ring…“, suena el teléfono y descolgándolo atiendo a la persona que llama. En ese momento entran unas madres del colegio y me preguntan sobre las actividades de verano. Cuando me dispongo a contestarles, llega como una aparición Carmen, una alumna de 4º curso de Secundaria y me consulta sobre un problema con el ordenador de la biblioteca… Le doy algunos consejos, y se va dejándome un momento a solas. Es entonces cuando me fijo en unas tijeras de color naranja que hay encima de la mesa, y observando que están un poco descuidadas, hago un comentario en voz alta: ¡Qué sucia estás!

Inmediatamente la tijera me miró –no sé de dónde salieron esos ojitos diminutos-, y con el ceño fruncido, me dijo:
  • No tienes por qué ser tan descortés conmigo. Yo no he dicho nada sobre tus gafas que están por cierto, bastante viejas y feas. Además, no hemos sido debidamente presentadas como para que te tomes esas confianzas.
  • Disculpe Señorita –le dije con voz temblorosa de la estupefacción ante lo inaudito de la situación- No he querido ofenderla pero es que…
¡Pero es que…! en realidad no daba crédito a lo que estaba sucediendo: allí me encontraba yo toda pasmada, y a duras penas consciente de lo absurdo de estar hablando ¡CON UNAS TIJERAS!  
  • Pero, ¿qué estoy haciendo?, -dije en voz alta mirando al techo-
  • Lo que Vd. está haciendo señorita, es disculparse por su desafortunado comentario -dijo la tijera toda seria-.
  • ¿De verdad que me estás hablando a mí?
  • Sí, sí, a Vd.; tan claro como el día de hoy.
Ciertamente la mañana era despejada, pero en ese momento veía todo turbio. Creyendo que me estaba volviendo loca, intenté cortar por lo sano. Disimulé todo lo que pude intentando no mirar a Naranjita, -que así empecé a llamar a la tijerita-, pero ella insistía:
  • Oiga, señorita, ¿me está escuchando?- instaba mi tenaz acompañante-.
La miraba de reojo, mientras trataba inútilmente de continuar con mi trabajo, de una forma en apariencia fría. Advertí que intentaba moverse hacia mí sin éxito. Mirándome, recitaba con su vocecita penetrante las mismas palabras una y otra vez...:
  • Oiga señorita, ¿me oye? -repitió Naranjita sin aminorar en absoluto el chillón metal de su aguda vocecilla-.
El vestíbulo se animaba gracias a la llegada de un goteo incesante de gente cuyas voces, aunque moderadas, apagaron la musiquilla de Naranjita. Estaba a punto de taparla con un folio para no verla más, cuando apareció mi amiguita Olga.
  • Hola –me saludó-
  • Buenos días Olga, ¿Qué te pasa?,  pareces apenada.
Olga venía disgustada, se notaba que había llorado porque sus ojos estaban rojos e hinchados.
  • La seño Isabel está muy triste conmigo.
  • ¿Y eso? –le respondí-
  • He perdido unas cintas preciosas con las que tenía que hacer tirabuzones.
  • ¿Te las llevaste a casa?
  • ¡Claro que no! Creo recordar que las dejé en el bolsillo del baby, pero no están, mira.
Me enseña los dos bolsillos de su maltrecho baby el cual, manchado con varios tipos de pintura de colores, rotuladores, etc., había logrado sobrevivir hasta estos últimos días de colegio.
  • No te preocupes, te ayudaré a buscarlas. Ahora no puedo irme de aquí, pero en cuanto llegue Ana, voy a tu clase y te echo una mano ¿quieres?
  • ¡Sííí! –dijo con una gran sonrisa que denotaba un claro tono de alivio-.
Olga se fue tranquila hacia su clase, y por fin me sustituyeron. Pude entonces volver a mi trabajo, no sin antes meter a Naranjita -que seguía aún repitiendo: "oiga, oiga... ¿me escucha?-, en el bolsillo holgado de mi pantalón.
  • Ana, si no te importa, me llevo esta tijera y te la traigo después.- dije muy segura-
  • De acuerdo –contestó-.
Eché una ojeada a la biblioteca; al ver orden y estudio, me dirigí tranquila hasta el aula de Olga.

Al llegar, oí la algarabía de un montón de niñas que no paraban de hablar mientras pegaban botones en una especie de cartulina gruesa. Recortaban papeles de colores que combinaban con tiras de telas trenzándolas con primor.

Isabel, la profesora de Plástica me recibió sonriente:
  • Hola, ¿has visto lo que estamos haciendo?
  • Si, ¡¡es una preciosidad!! Parece un… repostero -contesté-
  • Les está quedando estupendamente, fíjate en estos detalles... La lástima es, que hemos perdido las cintas que íbamos a rizar para darle el toque final...
  • Por eso estoy aquí –dije-, voy a ayudar a Olga a buscarlas.
  • ¿Siii?, ¡Estupendo! ¡Qué bien que nos ayudes!, exclamó Isabel agradecida.
  • Pues, ¡manos a la obra!- repuse con todo entusiasmo-.
Encontré a Olga en un rinconcito, con un grupo de niñas que trenzaban tiras de un tejido francamente precioso. Ella solo las miraba con ojitos tristes. Cuando me vio, se levantó con rapidez y vino hacia mí con una sonrisa.
  • Olga, ¡vamos!, haremos el recorrido que hiciste para encontrar las cintas.
  • Pueeees… (Se puso el dedo índice en la boca, con gesto pensativo y repuso): estuve allí al lado de la papelera, y luego pasé por debajo de…, y me metí entre la mesa y el armario para esconderme, pero llegó Sara, me empujó sin darse cuenta y…
  • Bueno, bueno, poco a poco. Vamos primero a la papelera. Huy, huy, huy… espero que no se cayeran ahí.
  • ¿Por qué?
  • Porque se vacían las papeleras todos los días.
  • Pufff – resopló -
Buscamos en la clase; subimos y bajamos escaleras escrutándolas detenidamente, husmeamos en aulas contiguas, nos acercamos al comedor, inspeccionamos los cuartos de baño, limpiamos con la mirada la rampa de entrada; en el patio de infantil nos pusimos “a gatas” para buscar entre los columpios, fuimos a…. ¿Dónde no estuvimos?

De vez en cuando me acordaba, y metía la mano en el bolsillo de mi pantalón notando como vibraba “Naranjita”. Ese “temblar” de la tijerita coincidía perfectamente con: “Oiga señorita, ¿me oye?...” Menos mal que estaba en otra cosa si no, creo que me habría vuelto loca de verdad. ¡Pues no tenía otra cosa que hacer, más que hablar con una tijera! ¡Lo último que me faltaba!

Recorrimos casi todo el colegio; digo casi, porque en realidad solo nos faltó el pasillo de Dirección. Esto fue lo único que no inspeccionamos.

Pasó el tiempo, y mirándonos un poco abatidas nos dirigimos de nuevo a la clase de 5º de primaria donde, sentadas en el suelo, nos mantuvimos en silencio un rato. Mientras tanto, observábamos sin pestañear cómo unas niñas decoraban hermosos paños.

Instintivamente metí la mano en el bolsillo y saqué a Naranjita.
  • Oiga señorita, ¡si me escuchara por un momento! No hago más que gritarle y no me hace ni caso.
  • Ya está bien Naranjita, -contesté- tenemos un problema. Perdona mi desafortunado comentario, y por favor, cierra la boca un rato porque no me dejas pensar.
Entonces la tijera se quedó en silencio exactamente durante…. UN SEGUNDOOOO!!!
  • ¿Pero es que no callas nunca? –le dije-.
  •  Si ya lo sé soy persistente, pero quería decirle que por la costura del bolsillo del pantalón, donde iba bastante incómoda por cierto, vi entre la estantería y el armario de trabajos de arts, algo que sobresalía. Me llamó mucho la atención pues parecía el arco iris.
  • ¿Qué me cuentas? –le dije con interés-.
En un santiamén, Olga y yo nos pusimos en pie y corrimos en dirección a la estantería.
  • Mira Princesa – dijo Olga-, ahí abajo, ¿ves? ¡Parece que son las cintas!
  • Si, -contesté- Pero ¿cómo las sacamos de ahí?
Naranjita no callaba ni amordazada….
  • Soy una buena tijera. Es verdad que estoy sucia, no me limpiaron porque me perdieron por el camino, ¡claro, llevan los estuches abiertos…! Al caer sufrí pisotones y atropellos hasta que llegué a recepción. Pero ¡de verdad!, he servido de mucho: he cortado papel de todos los colores y grosor, quedando mis trabajos muy bien presentados y ganando algún que otro premio. Además, también he servido para apretar algún que otro tornillo -cosa para lo que no estoy preparada, pero así fue-; e incluso mi dueña, afiló conmigo alguna que otra pintura…
  • ¡Qué barbaridad Naranjita hija, has hecho de todo! –comenté-.
  • Por eso ahora, también puedo sacar esas cintas de su escondrijo. Os puedo ayudar –dijo muy segura-.
  • ¡Síííí! –gritó Olga saltando de alegría- (estaba claro que la niña también oía a Naranjita).
  • Bien –dijo la tijera-, abridme todo lo que podáis, e introducirme por esa abertura.
Así lo hice y, con más maña que fuerza, conseguimos sacar una a una las preciosas cintas.
  • ¡Es estupendo, lo hemos conseguido…! Ha sido un trabajo en equipo –comenté con gran alegría-.
  • Y ahora –dijo Olga- ¿cómo hago los tirabuzones?
  • Vamos, preguntemos a Isabel.
Buscamos a la profe, que se puso muy contenta al ver de nuevo las cintas.
  • Ahora Olga -dijo Isabel-, con unas tijeras tienes que hacer con la mano este movimiento…
Isabel cogió a nuestra Naranjita, y haciendo con ella un rápido baile, enredaba cada cinta realizando bucles impresionantemente bonitos, unas cascadas lindísimas de colores.
  • ¡Alaaaaaaaaaá! -exclamó Olga con la viva admiración de los niños-. Al instante su carita expresó preocupación y repuso: No sé hacer eso...
  • Pues tienes que intentarlo y verás cómo puedes -dijo la profesora con firmeza-. Uno no se puede dar por vencido a la primera de cambio, porque siendo paciente y tenaz todo se alcanza.
Me encanta cómo enseña Isabel, su exigencia amable y sobre todo su cariño, hace que sus trabajos brillen con fuerza.
  • Prueba con estas tijeras -añadió-, pero primero, vamos a limpiarlas para no ensuciar las bandas. Mira, una vez limpia, haz este movimiento con la mano y…
  • ¡Alaaaaaaaaaá! –volvió a decir Olga con ojillos interesados-.
  • Así vamos a ir ensortijando las cintas…
Poco a poco fue haciendo un bucle tras otro, con muchísima habilidad. Entonces, la vista se me fue a las tijeras. Vi a Naranjita desternillarse de risa, como si a cada deslizar de sus brillantes cuchillas de metal por las cintas, sintiera unas irresistibles cosquillas. Su nítido y radiante metal daba forma acaracolada a esos lazos que luego quedarían elegantemente sujetos al repostero.

Me despedí, y al fin dejé el pabellón de Primaria encaminándome a…. ¡mi bibliotecaaaaa! ¿Qué habrá sido de ella?, ¿Cómo me la encontraré? Corrí lo que pude y aparecí en recepción en menos que canta un gallo:
  • Ana, ya estoy aquí. La tijera naranja la he dejado en Primaria.
  • No te preocupes –me contestó-, seguro que era de ellas.
Cuando entré a mi puesto de trabajo, vi una pila inmensa de libros encima de la mesa, pero las sillas estaban colocadas; dos o tres alumnas trabajaban aún en los ordenadores, y un grupo de pequeñas ordenaban los libros de una colección de lectura.

Me senté entonces en la silla, frente al ordenador, y pensé: “Hay que ver lo que se lía por mirar a una simple tijera de color naranja”

Y saliendo de esta reflexión, me dije: ahora… ¡a trabajar!

Y colorín, colorete…, por la chimenea se escapó un cohete tripulado por una pequeña tijera anaranjada.



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