Hace algún tiempo estuve un verano en Pamplona. No
conocía esa ciudad tan bella, cuajada de vida y tradiciones. Me dio la
impresión que sería un estío diferente…, y así fue.
En realidad, allí todo tenía un color peculiar, y
un olor incomparable. Recuerdo esas sensaciones como si estuviera allí ahora
mismo.
Una mañana, al terminar nuestra hora de deporte,
volvíamos caminando por el campus universitario, charlando con gran camaradería.
Nuestras risas nos rodeaban amenizando el camino hacia nuestro destino.
Al cruzar la carretera y poner los pies en el
césped de nuestro colegio mayor, de repente, me transformé por un momento y
sentí como si fuera una gasa etérea movida por un leve soplo de aire. Bailaba
hasta posarme de manera suave y elegante en la alfombra verde y fresca que
tenía bajo mis pies. ¡Nunca antes había
pisado un césped tan mullido y cuidado!
Mis amigas siguieron adelante y como había tiempo
de sobra hasta la hora de la comida, decidí quedarme a disfrutar de ese momento
espléndido.
- ¿No vienes?- dijo Alicia-.
- Seguid vosotras -contesté-. Iré en un momento.
- Ok, See you!, repusieron a coro, alejándose de
forma despreocupada y jovial.
Tumbada boca arriba, miré al cielo y era una
ocasión espectacular. Me brindaba un azulado intenso, sugestivo; abundaban como
festones blancos aquí y allá, enmarcando esta instantánea sobre los pinos altos
y voluminosos que me rodeaban. Ellos, eternos vigilantes mudos, me contemplaban
impasibles apuntando sus vértices hacia el universo. Diríase que indicaran con
el aplomo que concede la edad, que la belleza no terminaba ahí; antes bien,
continuaba con aquella amplitud infinita en la misma dirección.
Noté unas cosquillas en la mejilla y me rasqué
instintivamente, de forma compulsiva.
- Por favor, ¡Paraaa!… -me espetó una voz misteriosa procedente de no sé
bien qué o quién-.
- ¿Quién eres?, ¿Dónde estás? –respondí-.
No sé como sucedió, pero había… ¡¡algo posado en mi
nariz!!
- Bonjour madeimoselle!!
–continuó diciendo aquella voz-. Mi nombre es Aletas y soy un pez de ensueño.
- Bien –respondí desconcertada- ¿Y qué haces en mi nariz hablándome?
- Estoy dando una vuelta sobre ti.- continuó
sin temblarle la voz ni un ápice-. Suelo
hacerlo de vez en cuando, sobre todo cuando estás tranquila.
Le miré despacio, fijándome con atención en sus
hermosas aletas. Eran realmente fascinantes, de colores delicadamente irisados,
de una textura suave, vaporosa y con un cierto aire distinguido.
- Tienes unas aletas preciosas, de muchos colores –comenté desconcertada por lo extraño de la situación. Comentario simple típico del que no sabe qué decir y, mucho menos, qué hacer-.
- Ya lo creo, y son “fenómenas”, no sabes cómo giro
y derrapo cuando cojo un poco de velocidad… ¡es una pasada! Ahora deberás
perdonarme pero tengo que dejarte y seguir con mi exploración.
- ¡Pero bueno! –dije airada por su
descaro- ¡Esto es la monda! y yo ¿qué?
¿Es que no pinto nada? Tendré que darte permiso ¿no te parece?
Todo fue inútil, desapareció tal y como vino.
Tardé un poco, pero volví a serenarme. Mi
pensamiento me hablaba: “Desde luego guapa, estás fatal. ¡Mira que hablar con
un pez en tu nariz!”…
Pero Aletas
fue poco a poco nadando en mi contorno. No sé cómo ni por qué, pero me daba
perfecta cuenta de lo insólito que puede resultar que te cuenten algo así.
Cuando llegó al hombro izquierdo, fue derechito
hasta mi corazón, y allí se paró.
- ¿Por qué te detienes? -le
pregunté-
- Este es un lugar profundo
–contestó con decisión-, digno de
inspección…
¡Qué aventura!
- ¿Es tan hondo?- quise saber más-.
- ¡Eh….
Sip!, -dijo con un tono graciosillo-. Es más, no sé si llegaré al abisal, pero
haré todo lo que pueda.
Estaba tan cómoda y relajada que aunque pensé: ¡tendrá caradura este pececito!, le di
permiso para la anunciada inmersión con tal de que me dejara tranquila un
momento.
El pececillo exploró los primeros metros y…
- Oye, oye, aquí Aletas, ¿me escuchas?, ¿quieres saber lo que veo?
No podía dar crédito a lo que escuchaba. ¿Es que no
se puede descansar aquí?
- A ver, ¿Qué ves?- me
dejé impresionar un poco más-
- Pues…, hay algo parecido a un arrecife de coral.
¡¡Oyeeee, qué bonito!! Las aguas pelirrojas están tranquilas y se ven algunos
bancos de luces.
- Serán más peces –precisé-
- Nada de eso, son luces. Algo así como diamantes
unos y otras luces más pequeñas se asemejan a brillantitos. También hay rubíes,
y descubro ahora alguna que otra esmeralda y amatista…
- Y… eso ¿es bueno o es malo? –musité un poco
asustada-
- Oh!! Es muy bueno. No te dará un infarto por eso –contestó
con una carcajada-
Mientras me hablaba, forzaba a mi imaginación para
hacerme una idea de todo lo que Aletas
me estaba contando. Hubo silencio durante unos minutos, y de repente:
- ¡¡Inmersión al 2º nivel!!..... Pero ¿Qué pasa?, ¿Qué movimiento es este?
-El susto que me dio con tal chillido hizo que mi
corazón bombeara con fuerza-.
- Casi me matas del susto Aletas –dije
con voz grave-
- Perdona, sólo quería informarte de la 2ª fase.
- Bien, gracias ya me has informado. Ahora, silencio
por favor.
Durante un
lapso de tiempo, quise explorar el perfume, los sonidos, la sensación de
mi cuerpo mullido en ese jardín, rodeada de finas hojas lozanas y frescas que
me proporcionaban un colchón extraordinario.
El aroma era suave, pero con “cuerpo”, es decir, me
llegaba el perfume del césped, de los abetos, de los pinos…, pero también
recibía el abrazo de un campo cercano lleno de jaras y macizos de azaleas; se
podría decir que fue un conjunto de fragancias que me perfumaron absolutamente.
Al poner atención, escuche el silbido de la pequeña
brisa sobre el verdor donde descansaba y entonces, me hubiera gustado hacer el
ángel, igual que lo hacía de niña en la nieve.
¡Qué gusto! porque…
- Hola, hola. Aquí Aletas ¿te cuento lo que veo?
Poco duró la tranquilidad.
- Sí, sí, por supuesto. ¡Cuenta!
- Pues, en esta zona hay menos luz; menos mal que
traje mi linterna de explorador. A ver, a ver…
Bueno, hay una especie de conchas llenas de flores. Parecen margaritas o
algo parecido. Son muy graciosas porque se mueven rodando sobre sí mismas. Pero… ¿qué es esto?
- Qué has visto?, Dime.
–me asusté un poco-
- Algo oscuro, con cosas oscuras que no llego a
saber qué son. Parecen tener ojos. Sinceramente, no me gustan nada, me ponen
“las espinas de punta”…
- No te acerques Aletas. ¿Qué será eso? ¿Qué
podemos hacer?
- Tengo órdenes de confiscar estas cosas, si las
encontraba aquí. En esta pared, con unos
barrotes de algas viscosas, las dejo inmovilizadas en un santiamén.
Me dio una vergüenza horrorosa que Aletas viese lo peor que hay en mí. Además luego pensé ¿De quién recibía esas órdenes? Pero con el susto y la
vergüenza, se me olvidó preguntarle.
Lo bueno, es que sabía perfectamente cómo hacer
desaparecer esas cosas tan asquerosas y tomé la decisión de hacerlo ese mismo
día, inmediatamente.
Después de esto, no pude relajarme más. Quería
saber qué hacía Aletas, qué
encontraba, cómo iba…
- Aletas, ¿me oyes? (Como alguien me vea hablando sola aquí
tumbada, me internan de inmediato) –pensé-.
- Hola, hola… aquí Aletas. Ten-go
alg-u-na-s in-terf-e-ren-ci-as
- ¿Ves algo?
- Na-da, abs-olu-tame-nte n-a-da.
Ah!! Oh!! Es-per-a…
Le oigo hablar con alguien, las interferencias han
cesado.
- “Disculpe señor ¿no le importaría acompañarme con
su luz a explorar esta cuevecita? “Muchas
gracias, es usted muy amable.”
- Hola, hola…, No te preocupes,
todo arreglado. Ya te contaré si encuentro algo. Corto y cierro.
¡¡Será posible!! ¿Con quién habló este pececillo?
Estaba
muy nerviosa y no quería moverme para no entorpecer la aventura de Aletas.
Estuve quieta durante mucho tiempo.
Ya no llego a comer, pensé. Bueno, merendaré un
poco más, qué se le va a hacer.
- Hola, hola…
- Dime.
- ¡No te lo vas a creer!
- ¿Qué pasa Aletas? ¿Has visto algo?
- Sí chica…, tienes un TESORO enorme aquí abajo.
¿Te das cuenta?
¡ERES RICA!
¡Un TESORO! –pensé sonriendo-.
- Oye, ¿no será pirata verdad?
- Ja, ja, ja No lo creo. Aquí pone tu nombre y bien
clarito. Vaya, vaya… qué calladito te lo tenías.
¡Un TESORO! –seguí interesándome-
- Sí -dijo Aletas-, y
es un tesoro enorme, precioso, todos vosotros tenéis uno. Pero…
- ¿Pero qué? –respondí nerviosa-
- Algunas piezas no están bien cuidadas ni
engarzadas; otras tienen algo de suciedad y veo minúsculas partículas pegadas.
Hay unas que están inclinadas y que si caen, pueden romperse. Advierto también
alguna que otra tela de araña además de unas menudencias desperdigadas.
Mi rostro debía estar asombrosamente raro, a juzgar
por la expresión de Marian que vino a buscarme y zarandeándome me despertó.
- ¿Te encuentras bien? Te has quedado dormida. Nos tenías preocupadas.
- E e estoy bien, gracias.
Me incorporé y fui con Marian al comedor.
¡Solo había sido un sueño! Uff!! Me alegré al
pensar que estaba cuerda.
Pasé toda la tarde pensando en ese tesoro, en el
tesoro que Aletas descubrió y que toda
persona tiene dentro de sí, aunque lo desconozca y no se dé cuenta. Ese tesoro
que hay que cuidar, mimar, defender y limpiar para que brille y así poder
compartirlo con todos. Cuanto más das, más recibes, y ese tesoro se va
haciendo cada vez más y más grande.
Por fin llegó la noche, estaba rendida y me dormí
en seguida. De pronto me despertó una voz:
- Hola, hola…, soy Aletas. Sólo desearte buenas noches.
Sorprendida felizmente, acogí esa noche un cariñoso
beso que me dio un pececillo.
¡Y colorín colorete, por la chimenea se escapó el cohete!
(Hola, hola… soy Aletas, y voy a ser yo quién dedique este cuento, –sin que
se entere la autora-, a dos amigos míos. Son dos chicos guapos, alegres y muy
elegantes…, en una palabra, “imponentes”. A ti, Charlie, agradeciéndote todo lo
que haces, y también a ti John, colega, que eres lo mejor que he conocido. Con
todo mi cariño para vosotros).