De
nuevo estoy sentada en uno de mis puntos de inspiración. Ha sido difícil esta
vez porque ese deseado “hálito mágico” no llega con la frecuencia que desearía.
Pienso
en este periodo estival y no puedo evitar escuchar el silencio roto por las
chicharras, que no dejan de quejarse y abanicarse con tal alborotado denuedo,
que algunas aves vecinas no pueden calmar a las crías en sus nidos. Y es entonces
cuando aparece en mi mente el sosiego…
¡Qué
importante es descansar! Y eso ¿por qué?, me pregunto.
Absorta
en ello, reconozco que cuando no descanso tengo ojeras, los ojos se entornan,
el ánimo aparece perezoso, florece un pequeño ánimo por empujar el cuerpecillo
que vive con lentitud, pero éste no obedece todo lo que debiera. Igualmente soy
consciente que “no doy ni una en el clavo”: me confundo, me despisto, pierdo la
atención, no contemplo, me cuesta pensar, no percibo lo bueno y… ¡Y esto no puede ser! ¿Te pasa a ti lo mismo?
Es
una pena porque, al estar cansado no se sueña, no se reflexiona, ni parece
existir quimera alguna; se disipa la aprehensión de la perfección, no se ve la belleza
por ningún sitio, y tampoco se afirman las cosas buenas y positivas. Es también
probable que nos perdamos en nuestras propias quejas y no disfrutemos de cada
nuevo día, de su fragancia, de su claror, de sus enormes posibilidades... Y lo
peor de todo sería, perderse las miradas, las sonrisas, las tiernas palabras de
todos aquellos que queremos y nos quieren…
Aún
sabiendo lo que hay que hacer, dónde se ha de mejorar, lo que hay que cortar, y
en qué batalla se ha de luchar, nos seguimos dejando llevar por el viento de la
propia extenuación. Y es que faltan las fuerzas para poner los medios y salir
de ahí. ¿Quién nos ayudará? ¿Encontraremos cariño y comprensión en esos momentos?
¿Por
qué soy tan débil?, me pregunto. ¿Por qué me cuesta tanto? Es una realidad objetiva
que a estas alturas, final de curso, ya no puedo más, y me doy cuenta de mi flaqueza,
sobre todo cuando cometo errores. ¡Que no soy fuerte, que no! Menos mal que al tropezar, vamos aprendiendo.
Ir
“tirando” día a día, hora a hora, segundo a segundo…, así es como nos vamos
nublando de nuevo, y la verdad, no quisiera se cerrarse el cielo otra vez. Para
ello, custodiaré la paz, respiraré intensamente para llenarme de armonía, diré
que “no” a muchas cosas…; pero esto es algo que hay que aprender y no es fácil.
Al
fin pienso que lo único importante es no perder de vista lo que realmente
importa, y seguir disfrutando de los detalles pequeños de tu cariño, de los
ratitos de tu compañía… Y habitando en estos
pensamientos, se me ocurre preguntarte: ¿Tú no te cansas de mí?
Tú me
descansas, me sosiegas, irisas la paz… ¡da gusto estar contigo! Con la suavidad que emana de la fragancia noble
de tu corazón, disipas todo lo que me contraría y cansa.
Hallarse
lleno de locura, de ecos y voces, con tantas huidas y afanes distintos, con amargos
lamentos de anhelos ensortijados, de errores grises que nadie comprende… Todo
esto agosta.
Sin
embargo cuando te acercas, oigo tu cadencia, y todo en mí se transforma en un
pentagrama saciado de notas bailarinas, que con garbo alegre y adornado, trenzan
un ritmo encantador. En ese momento en el que estás conmigo, advierto la frescura
de aquella llovizna que, mandando sus gotas para que jueguen recorriendo mi
rostro, anhelan albergar eternamente para ti mi lozanía. Puesto que estás junto
a mí, todas aquellas alegrías y sinsabores que voy viviendo, no son más que un
pretexto para pegarme más a tu ladito, y saborear contigo la felicidad de estar
siempre juntos.
¡Y
es que nuestro amor, es el mejor descanso!